Me gusta mi piel de cordero, mi voz suave, esa parte de mi que movida por la empatía mantiene las aguas encauzadas y que al mismo tiempo tiene el poder de convertirlas en una corriente descontrolada y arrolladora de sangre hirviendo sobre la piel, de respiraciones erráticas y ansias de un poco más profundo y un poco más fuerte.
Adoro la tensión previa y el tira y afloja que precede a las sesiones... Eso también demuestra poder y en él no interceden más que los méritos propios para hacerte con la mente y el cuerpo de la sumisa. Y es que el poder no te lo da el atrezzo de un traje o de unos utensilios, ni hay cuerdas tan fuertes como las miradas o los susurros, susurros tranquilos y excitantes de amenazadoras intenciones contra la piel, erizándola en toda su extensión o las manos reteniendo las muñecas de la presa mientras sientes la fuerza incontrolable de dominarla y su indefensión contra tus dientes.
El poder es esa droga de doble dirección que retroalimenta la Dominación y la sumisión convirtiendo a dos personas en las piezas de una perfección que no se alcanza ni se siente con todo el mundo ni de la misma manera. El Amo siente una concentración y una sensación intensa de ansiedad que deja salir a través de sus manos, la sumisa soporta los embistes de unas olas que la moldean y desnudan de toda sensación física y emocional, como si se desligara de todas sus ataduras convirtiéndose en placer y gozo, en obediencia y en entrega.
El tiempo de ella para jugar con Él había terminado, la provocación en plena calle, los susurros al oído en aquel sitio público donde se sentía a salvo, sus pequeñas manos causando estragos, excitación, gruñidos y miradas ardientes con promesas de castigos en cuanto llegaran a casa.
Ahora las sonrisas pertenecían a Él, a su boca, a sus dientes asomando con ansias de marcar su piel, empequeñeciéndola con una mirada ardiente y un pulso firme mientras la sentaba sobre la silla de su escritorio y la empujaba con la bota para rodar unos metros fuera de su alcance.
Lentamente y con un pulso firme y seguro desabotonó su camisa sin dejar de mirarla mientras veía como se mordía los labios inconscientemente y sentía como su sexo comenzaba a derretirse humedeciéndose bajo sus inocentes braguitas.
Extrajo el cinturón y recogiéndolo con calma avanzó enfundado solo en sus vaqueros, la tomó del cuello y la besó profundamente bebiendo de los suspiros de una respiración contenida desatada de forma explosiva contra aquellos labios que adoraba.
La cogió del pelo y la hizo caminar con un gemido y una expresión sublime mezcla de dolor y placer, apoyándola contra las literas cerradas con los pechos apretados contra la fría superficie tan erizados que dolían pidiendo a gritos sus cálidas y fuertes manos recorrerlos.
Alzó sus manos y estas abrazaron el soporte metálico de la litera superior. Notó sus manos azotando sus muslos para separar ambas piernas. Y allí con todo su cuerpo expuesto, tembloroso de frío y de excitación permanecía quieta y tranquila, excitada y agitada al mismo tiempo a la espera de su castigo.
El cinturón surcó el aire e impactó contra su culo una vez dejando aquella quemazón tan deseable y el silencio que la precedía. -Cuenta todo lo que puedas... Vas a perder la noción del tiempo y de los azotes que te de esta noche... Voy a volverte loca...-susurró Él con aquella voz tan terrible como gloriosa que la hacía estremecer de arriba a abajo.
El cinturón calentó y marcó su piel en surcos anchos y rojizos mientras la cuenta se hacía cada vez más entrecortada y entremezclada de suspiros y gemidos. El problema realmente serio vino cuando sus manos tomaron el relevo y mientras con una la azotaba arañando su piel con la otra se perdía en el interior de su sexo inundado de placer nublando su razón y su juicio en aras del placer y el dolor confuso y absoluto de sus manos.
El tiempo fluye distinto en ellas, como si sus poderes controlaran su relativo transcurrir tan bien como las emociones y sensaciones sobre su cuerpo. Los brazos cansados fueron devueltos a su posición natural contra su pecho, donde sentía que pertenecía, exangue, derrotada, conquistada, sumisa y obediente como una muñeca con el corazón y el alma puestas a sus pies.
Y tras un breve receso para hidratar la garganta seca y tranquilizar el cuerpo sin dejar de acariciar su húmedo sexo la sesión continuará por el tiempo necesario y con el rumbo que desee su caprichosa voluntad hasta cumplir su palabra de romperla en mil pedazos y recomponerla contra su pecho satisfecha, especial y única hasta que el sueño se lleve las dos conciencias y deje sus cuerpos yaciendo agotados y entrelazados.