Era una mujer menuda, pero a los ojos de alguien que mirase más allá de la superficie de las apariencias era una niña. Era como si la oscuridad de su bosque hubiera salido a través de sus heridas para envolverla en un halo de introversión. Su piel brilla con la fuerza de una estrella y en ella se dibujan constelaciones que aun no tienen nombre.
Cuando Caperucita era golpeada por la vida se hundía en la oscuridad de su bosque y vagaba donde sus pequeños pies la llevaran, refugiándose al amparo de su eterna sombra con la firme intención de llorar toda la sangre y el dolor de sus heridas.
Podía gritar, podía intentar destruir las paredes de su jaula con sus pequeñas manos, pero era inútil nada salía al exterior, nada que demostrara su sufrimiento o su dolor, y allí se acurrucaba y languidecía hasta que el dolor pasaba y podía ponerse nuevamente en pie para volver a salir al mundo exterior.
Un día mientras la dulce Caperucita vagaba pesarosa y aturdida sintió como los vellos de su nuca se erizaban. Miró en todas direcciones sintiéndose observada sin comprender como alguien más aparte de ella podía entrar en aquel lugar tan íntimo y personal. Y entonces le vio.
Era un lobo enorme... su presencia la hacía empequeñecer hasta sentirse diminuta. Su piel era negra como la noche... parecía rezumar un brillo extraño como si estuviera húmeda... Estaba impregnada de la oscuridad de caperucita, había entrado en su bosque y a su pelaje se había adherido su esencia. El lobo la miró y se acercó lentamente a ella. De sus fauces salían nubecillas de vapor que se proyectaban hasta la pequeña caperucita. Sus colmillos eran enormes, sus músculos poderosos y sus ojos profundos rebosaban inteligencia y comprensión.
-¿Quién eres y cómo has llegado hasta aquí?-dijo caperucita con voz suave y tranquila, sin un ápice de miedo en ella.
La voz del lobo llenó su mente, era una corriente grave y profunda que la hacía vibrar, sus palabras resonaban en su cuerpo dolorido reconfortándola y acelerando su pequeño corazón en su pequeño pecho
-Soy el cazador y bestia... tu me has invocado... tu lamento silencioso me ha atraído hasta este lugar.
La mirada opaca de Caperucita atrapada en los ojos del enorme lobo se desvió un instante para mirar al suelo mientras volvía a sentarse abrazándose las rodillas y colocándose su capucha
-Márchate... no tienes nada que hacer en mi prisión... no perteneces a este lugar -dijo con voz monocorde sin volver a mirarle a los ojos.
El lobo rugió de forma atronadora, el ambiente resonaba como cuando un enorme trueno estallaba quebrando el silencio. Su fuerza fue tal que el bosque se estremeció resquebrajándose. Caperucita miró hacia arriba, una lluvia de hojas grises caía sobre el suelo y vió como lentamente la luz fue invadiendo el bosque, filtrándose desde las copas de los arboles. La niña intentaba en vano huir de su cegador brillo y de su abrasador calor sollozando asustada, hasta que de repente se vió cobijada bajo la enorme sombra de aquel lobo que dió unos pasos hacia ella. Caperucita alzó los ojos y vió como aquella húmeda oscuridad que rezumaba su pelaje se disolvía evaporándose al contacto de la luz.
El lobo envuelto en un halo de luz dorada la miraba ahora con la misma firmeza en sus ojos, pero su piel brillaba blanca y pura, desprendía una calidez inexplicable que la envolvía.
-He venido a llevarte conmigo, lejos de aquí - sentenció sin esperar ningún tipo de réplica al respecto. Sus palabras eran una declaración de intenciones firmes y absolutas.
La niña rompió a llorar abrazándose al enorme cuello del animal mientras este le ofrecía su calor y las caricias de su enorme morro para consolarla.
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