Imágenes al azar.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Purificati anima, ut vestri novus destination est alligatum: Etapa 1

Alma purificada, encadenada a tu nuevo destino: Primera etapa



La bofetada marcó el principio de todo… Pero no una bofetada de las que impactan y te dejan la mejilla roja. Aquella bofetada la tiró al suelo, desmadejada como un ovillo… rota nada más empezar por la sorpresa y la falta de preparación para aquel momento que tanto habían hablado. Su mirada siguió la trayectoria y ya no pudo separarse de los pies del ser inflexible y decidido que ahora la tomaba.

-Tu cuerpo y tu mente necesitan ser purificados… estas sucia… te has arrastrado por la miseria y la vergüenza, por un fango que desluce tu tierna y blanca piel… y si lo que realmente quieres es entregarte a mi completamente… tendrás que pasar por todo esto. ¿Lo has entendido?-dijo tomándola del pelo y colocando la punta del cuchillo bajo su barbilla mirándola con unos ojos y una expresión tan fría y seria que un estremecimiento la recorrió por completo mientras asentía en silencio. El cuchillo cambió de manos y otra bofetada la hizo torcer el gesto empeorando la quemazón de su mejilla -Si mi Dueño…-dijo ella con la voz entrecortada en un gemido estrangulado accediendo al ritual con el corazón acelerado pero la mente clara.

Durante tres días con sus tres noches aquella mujer fue lo más bajo… se humilló a sus deseos y se comprometió al ritual para convertirse en un animal que dormía a los pies de la cama cuando su Dueño consideraba que lo merecía, comía bajo la mesa en un cuenco metálico, le traía entre sus dientes las llaves, el periódico, las zapatillas y lo que requiriera. Durante tres días fue la perra obediente y sumisa que esperaba en la puerta cuando Él se iba para despedirle y lo recibía excitada y alegre cuando llegaba.

Era castigada cuando defraudaba a su Dueño demostrando flaqueza ante el acuerdo pactado. Los azotes llenaban sus nalgas y sus pechos de marcas púrpura, las bofetadas en su cara, la forma en la que la humillaba análmente jugando con su virginidad sin tomarla, las veces que sirvió de mueble en posiciones incomodas que al principio consideraba bonitas pero que terminaban por resultar dolorosas y cansadas, la temida cera derramada sobre su cuerpo cuando Él deseaba pintar, las pinzas que surcaban su piel de pequeñas marcas que dolían al ser retiradas sin piedad…

Obedecía para recibir sus premios de un Dueño serio que mostraba amor a través de sus pétreas expresiones acompañadas por caricias cuando menos y de los intensos orgasmos que le permitía tener cuando la usaba hasta dejarla exhausta. En los mejores momentos el salía a la calle y ella se abrazaba a su brazo. Lucía su collar de pinchos y una correa que era sujetada por su mano, llegaban hasta su parque favorito y allí Él jugaba con ella… lanzaba una pelota de goma y sonreía animándola a recogerla para luego acariciarle la cara y el pelo diciéndole lo buena chica que era.

Durante tres días y tres noches ella no tuvo voluntad, solo fue una perra que su Dueño acogió en su seno… Un animal sucio cubierto de mugre, roto, lleno de cicatrices. Pero su obediencia era pura y fiel… su compromiso de entrega… su necesidad de perfección para el que necesitaba que fuera su Dueño por siempre…

Aquello conmovía al monstruo, ver como aguantaba sus caprichos y retorcidos deseos demostrando su dureza y su masoquismo, estimulando su sadismo pero también sacando lentamente a flote a una parte de Él que se sentía orgulloso y enamorado de aquella pequeña y preciosa mujer. Esa parte fue tomando consciencia conforme los días terminaban y la acariciaba mientras dormía, curaba sus heridas en silencio, reconocía su valor y su sacrificio.

Y al amanecer del cuarto día… ella ya no yacía con el monstruo, yacía al lado de su Amo con un collar de cuero sencillo, elegante con una anilla vacía. Él se había convertido en la cadena, entrelazado a su pequeño cuerpo sujetándola contra su pecho despertándola con suaves besos sujetando su barbilla

-Buenos días-la sonrisa de su rostro y sus caricias la hicieron estremecerse de placer erizándose con un sentimiento de gratitud que la recorría. El dolor de las marcas permanecería durante un tiempo como testigo de aquella primera etapa sobre su piel y más profundamente arraigadas en el alma que había tomado entre sus manos para desgarrar lentamente de ella la infección que la había envenenado y ensombrecido.


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